sábado, 15 de octubre de 2011

De fraudes electorales (crónica de un nuevo atropello democrático)

 «Has sido bien entrenado, mi joven aprendiz. No pueden ser
  rival para ti».
Los falsimedia al completo se hicieron eco ayer de la noticia: Alberto Ruiz Gallardón será el número 4 de las listas del PP por Madrid en las próximas elecciones generales. El todavía alcalde de Madrid declaró públicamente, en un tono que a algunos nos sonó a despedida, que considera «un honor» estar en la lista y que está dispuesto a ocupar el «puesto de responsabilidad que en cada momento decida». Y quien decide es Mariano Rajoy.
Lo que pocos medios se han atrevido a decir es que esa decisión constituye un fraude electoral en toda regla. Una nueva estafa a la democracia que viene a sumarse a la larga lista de atropellos por los que hoy, 15 de octubre, la gente saldrá a la calle en los cinco continentes a protestar. Olvidan tanto el solícito alcalde como el presidenciable que el pueblo de Madrid ya tomó su decisión hace poco más de cuatro meses: el señor Gallardón fue elegido primer edil de la capital por sufragio universal. Pero esta derecha reconvertida tiene tan poco respeto por las elecciones pseudodemocráticas que ni siquiera cuando las gana es capaz de acatar la decisión soberana de sus votantes. Que, tras sólo cien días en su renovado cargo, el alcalde acepte sin vacilar un nuevo destino político convierte la reciente campaña electoral a las municipales por Madrid en una pantomima, y el compromiso del alcalde con la ciudadanía madrileña en papel mojado.
Es cierto que, legalmente, no existe ningún impedimento para que un alcalde pueda, a la vez, ser diputado. Pero si, como algunos auguran, Gallardón pasara a formar parte del –todavía hipotético– gabinete de Rajoy, la incompatibilidad sería manifiesta. Tal circunstancia podría conseguir que la señora de Ánsar pasara a ser la alcaldesa menos votada de la historia de Madrid. No fue eso lo que el pueblo decidió, pero… ¿a quién le importa lo que diga el pueblo?
¿Qué número te han dado, Alberto?
El vaticinio no es en absoluto descabellado. La propia lideresa Aguirre se ha apresurado a hacer público el sueño de su eterno rival: «a Gallardón, lo que le haría de verdad ilusión es ser ministro del Gobierno de la nación». Aparte el tono de chincha-rabiña que parecen esconder las palabras de doña Espe-jode-lo-que-somos (que ya ha sido ministra y hasta presidenta del Senado), lo cierto es que es bien conocido el interés del flamante número cuatro por dar el salto a la política nacional. La evidencia documental al respecto es abundante. Como también abundan, por cierto, las pruebas –incluidas las sonoras– de la ancestral enemistad entre estos dos personajes. Así lo ratifica la frase que Gallardón lanzó a quien quiera recogerla: «si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes».
Por otro lado, tampoco es previsible que Rajoy, tan necesitado de figuras que arropen su pretendida imagen de centrista moderado, dejara escapar la oportunidad de suavizar el perfil político de su futurible gabinete haciendo entrar en él al eterno delfín. Sería, además, una manera cómoda de mantener cerca y controlado a un probable sucesor ambicioso y potencialmente peligroso. En el caso, por supuesto, de que el PP ganara las elecciones, algo que, aunque es casi inevitable, aún no ha ocurrido.
Dulcinea, la más grande tuneladora jamás construida, consume
la misma energía que una ciudad de 40.000 habitantes.
Es para echarse a temblar, sobre todo porque la cartera que suena para don Alberto es la de Fomento. Conociendo la obsesión proolímpica recalcitrante del edil, habremos de estar preparados para seguir financiando tuneladoras de última generación y obras faraónicas. Las y los madrileños no han olvidado que las dos candidaturas fracasadas de Madrid como sede olímpica han costado ya, y seguirán costando durante muchos años, sus buenos millones de euros (la deuda del consistorio supera los 7.000). Si la mera posibilidad de organizar un evento deportivo ha conseguido que hipotecar el futuro de una generación que aún no ha nacido sea algo no solo razonable, sino urgente, ¿qué nuevo sueño megalómano no sería capaz de abrazar Gallardón desde todo un Ministerio de Fomento? ¿Convertir Madrid en puerto de mar? ¿Llevar el ave hasta Mallorca? ¿Construir un aeropuerto internacional en la isla de Perejil?
Pero no es eso lo que hay que cuestionarse. La pregunta del millón es esta: ¿qué ocurriría si, efectivamente, Mariano Rajoy ganara las elecciones y, tras cien días de mandato, Bruselas lo invitara a abandonar su cargo para presidir la Comisión Europea?

Red Kite, octubre 2011.

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