jueves, 31 de marzo de 2011

Jarl II. Secuestro con fanfarronina (fábula de política-ficción)

[Se recomienda leer antes la primera parte de esta historia]

Mensaje para:        Jarl V3.14R68.0240-TOY
Borde Exterior, kilopársec 59,800
82656 Mos Eisley, Tatooine

La Tierra, 31 de marzo de 2011.
Hola, Jarl:
En respuesta a tu mensaje del pasado 23 de marzo, me temo que no tengo buenas noticias. Si pensabas que el título de comisario europeo es una vacuna contra las fanfarronadas, te espera una desagradable sorpresa. No, amigo toydarian, no. Nidecoñamente no. El tal Oettinger se tira el pisto cosa mala. Vende humo, nunca mejor dicho. Hoy por hoy, almacenar el CO2 es como extraer oro del agua de mar: cuesta más el collar que el galgo. Decir que este proceso ya es viable es, sencillamente, mentir. Y pretender que el carbón limpio será una realidad en 2018, (año en que Europa tiene previsto cerrar el grifo de las subvenciones al negro mineral) es ser, en el mejor de los casos, extremadamente optimista.
Existen, desde luego, proyectos que ya han empezado a mover importantes cantidades de dinero. Mayormente, de dinero público. Se basan en una técnica que la industria petrolera de EE UU comenzó a utilizar a mediados del siglo pasado: inyectaban CO2 en las bolsas subterráneas de crudo para facilitar su extracción. De ahí surgió la idea del almacenamiento, también llamado secuestro, del dióxido de carbono como fin en sí mismo. El concepto fue bautizado con el nombre de Carbon Capture and Storage/Sequestration (CCS) o Captura y Almacenamiento de Carbono (CAC). Se abordó por primera vez con vistas a una posible explotación comercial a principios de este siglo, por iniciativa de la Agencia Internacional de la Energía y al amparo legal y financiero de la Comisión Europea a través del Proyecto Wilburn. Posteriormente, esta solución fue propuesta a finales de 2005 en Montreal durante la XI Conferencia sobre Cambio Climático como posible «comodín» para ayudar a cumplir los objetivos del Protocolo de Kioto. A partir de ahí, países como Alemania, Australia, Canadá, China, España, Holanda, Italia, Noruega, Polonia, Reino Unido o –por supuesto– los Estados Juntitos, han puesto en marcha diferentes proyectos piloto para convertir el invento en realidad. (Todos estos países, excepto Holanda e Italia, tienen importantes reservas de carbón.) Como te decía, amigo Jarl, el tinglado está a muchos kiloparsecs de ser rentable, pero la generosidad de los Gobiernos para gastarse los dineros de todos en aventuras de este tipo ha hecho que el lobby correspondiente muestre su interés. Incluso se ha creado ya la Carbon Capture & Storage Association para ensalzar las bondades de esta opción.
El proceso en sí no es demasiado complejo, y su objetivo principal es reducir hasta en un 90% el CO2 emitido por las centrales térmicas. Mediante distintas técnicas en función del tipo de central, se recogen los gases de la salida de las chimeneas, se separa el anhídrido carbónico de los demás compuestos (puestos a capturar, estaría feo dejar sueltos a otros forajidos más tóxicos, como los óxidos de azufre) y luego se comprime hasta licuarlo para inyectarlo después a través de una canalización en formaciones geológicas bajo tierra (por ejemplo, en antiguas reservas fósiles ya agotadas de petróleo o de gas) o en el lecho marino.
Ni que decir tiene, amigo alienígena, que este procedimiento plantea inconvenientes numerosos y nada triviales:
Del primero ya te he hablado: el económico. De momento, es el dinero público el que consigue que esta extravagancia comience a ser posible. De ahí a hacerla rentable, media una distancia cósmica. Según un informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (o IPCC, el grupo de expertos auspiciado por la ONU para estudiar estos asuntos), la CAC puede suponer un aumento en el precio del kilovatio/hora que oscilaría entre un 43 y un 91% para las plantas de carbón convencionales y entre un 21 y un 78% para las de ciclo combinado. Vista la discretísima precisión de estos datos, te preguntarás, mi querido toydarian, para qué coño queremos un panel de expertos; es una buena pregunta que yo mismo también me planteo. Con todo y con eso, un país tan preeminente como el Reino Unido parece dispuesto a basar en esta flamante novedad gran parte de su estrategia energética a medio y largo plazo. Cabe preguntarse si, después de una apuesta tan importante, Gran Bretaña estaría en condiciones de dar marcha atrás en caso de que el invento acabara resultando un fiasco.
Por otro lado está la cuestión del volumen. Un secuestro así obliga a habilitar zulos muy, pero que muy grandes. Por cada megavatio/hora que produce, una central térmica de carbón llega a generar casi una tonelada y media de dióxido de carbono. Una vez comprimido y licuado, ese CO2 prisionero, que en libertad ocuparía aproximadamente 700 m3, podría quedar confinado a más de un kilómetro bajo tierra en un volumen de unos 2 m3. El ahorro de espacio es considerable, pero aun así, estamos hablando de depósitos con un tamaño colosal. Según Greenpeace, la vieja Central Térmica de Carboneras (Almería), una de las plantas más contaminantes de España, generaba en 2006 más de 6 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono. Coge aire, mi azul amigo, antes de hacer la cuenta: a 1,39 m3 por tonelada, son más de 8 millones de metros cúbicos de CO2 líquido al año para una sola central de 1,16 gigavatios de potencia. Demasiada basura para esconderla debajo de la alfombra.
Luego está la cuestión de la seguridad. Mantener secuestrado tal volumen de CO2 requerirá estudios geológicos muy concienzudos y estrictos –que estamos pagando ya–, además de una vigilancia regular, constante y responsable de por vida. Si el rehén consiguiera escapar, habríamos hecho un pan como unas hostias. Los riesgos del sistema, se asegura, son mínimos. Una canción que ya hemos oído en otras ocasiones; tantas, que nos sabemos el estribillo. Por desgracia, hay evidencias muy recientes y dolorosas de que la codicia acostumbra a minimizar, subestimar o incluso ocultar los riesgos. No serán tan nimios, a juzgar por la insistencia de las eléctricas en rebajar los plazos para que las leyes (40/2010) garanticen la transferencia de la responsabilidad sobre los lugares de almacenamiento a los Estados.
Pero sobre todo, amigo Jarl, surgen dudas razonables sobre los verdaderos motivos de los humanos para tan faraónicas inversiones. ¿Se hace por inquietud medioambiental o con ánimo de lucro? Si el estaribel se viene abajo, ¿agacharemos las orejas o volveremos a hacernos trampas nosotros mismos, si es que no lo estamos haciendo ya? Y si resultara ser un éxito, ¿recuperaremos los ciudadanos algo del dinero invertido? Pensando en el futuro de nuestra especie, ¿es esta una estrategia sensata o solo se pretende tomar al CO2 como rehén para renegociar las condiciones de Kioto? ¿Tiene sentido invertir tiempo y recursos –millonarios y públicos– en secuestrar artificialmente el CO2 mientras seguimos esquilmando ecosistemas que son secuestradores naturales? ¿No estaremos tomando absurdos atajos para no enfrentarnos al hecho de que nos hemos equivocado de camino? Dicho de un modo más castizo: ¿estamos tontos o qué?
Hazme caso, colega: yo en tu lugar me olvidaría del asunto. Más vale que ni lo menciones en tu planeta. Es mucho más juicioso invertir en energías limpias y, sobre todo, en desarrollar su aplicación a partir de la tecnología que YA existe desde hace tiempo. En Tatooine tenéis mucho viento. Y dos soles, por falta de uno. Sacadle partido. Si quieres más información, ahí te mando unos enlaces precocinados. Como ya te habrás percatado, los enlaces en cursiva conducen a sitios en inglés. Seguro que eso no es problema para un toydarian.
Confío en que este mensaje llegue a tiempo al Borde Exterior. Un saludo, compañero, desde Solar 3.

Tu amigo terrícola.

PS: Dale recuerdos de mi parte a Watto, si lo ves. Es un canalla simpático.

Red Kite. Marzo 2011.

[…continuará.]

ENLACES PRECOCINADOS:

Resumen del informe del IPCC
Repercusión de este asunto en los medios
El invento según la EPA norteamericana
Cómo lo ve Greenpeace

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jueves, 24 de marzo de 2011

Jarl I. Comprando humo (fábula de política-ficción)

Iba yo con mi nave camino de Orión cuando un fallo en una de las unidades, cómo no, del subsistema de ventilación me ha hecho salir de mi hibernación. Estaba intentando repararlo cuando he captado una señal que procedía de este tercer planeta del sistema que llamáis Solar –que por cierto, vaya un nombre original. ¡Será por soles!–. Las coordenadas exactas del mensaje, con código de emisor MW.SS.EARTH.212.106.219.33 y hora sideral local (Solar 3) 220320110756, eran estas:
Pues bien, me he puesto a curiosear y me he quedado atónito. Parece ser que un comisario europeo de nosequé ha dicho algo así como que se podrá seguir quemando carbón, siempre y cuando se pueda «almacenar el anhídrido carbónico que produce». Me ha dejao pero flipao. Hasta he llegado a pensar que estaba alucinando por la resaca de la crio. ¡Almacenar el CO2! ¡Por todas las lunas de Bogden! ¿Será posible? ¡Y decían que los humanos erais primitivos!
Tanta sorpresa viene porque es que, veréis: en mi planeta, con las emisiones del puñetero dióxido de carbono estamos teniendo unos problemas de la hostia. Pero de la hostia. Como que nos estamos cargando la atmósfera. ¡Y resulta que aquí lo almacenáis! Al principio he pensado que sería una fantasmada de algún majadero, pero luego me he puesto a darle vueltas. No tengo ni idea de lo que es un comisario europeo, pero suena bastante serio; no creo que se vaya a tirar el pisto. Y me he dicho: coño, Jarl, esta es la oportunidad para un toydarian como tú de mostrar a todos su valía.
Y aquí me tenéis, pidiéndoos ayuda a vosotros, terrícolas, a quienes hasta ahora había considerado criaturas inferiores, con perdón. ¿Sería alguien tan amable de explicarme cómo hacéis para almacenar el CO2? ¿O, si no, indicarme cómo podría yo ponerme en contacto con ese tal Günther Oettinger? Lo pregunto porque, joer, si pudiera volver a casa con un invento como ese… ¡Buah! Sería la repera. ¡La cara que pondrían en Tatooine!
Os estaría eternamente agradecido si enviarais vuestras respuestas a:
Jarl V3.14R68.0240-TOY
Borde Exterior, kilopársec 59,800
82656 Mos Eisley, Tatooine


Red Kite. Marzo 2011.

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jueves, 17 de marzo de 2011

Fukushima mon amour (contra las TDT's)

Fascina –y, si mal se piensa, hasta sobrecoge– la facilidad con que los opinantes profesionales de las tertulias que saturan la digitalizada oferta radiofónica y televisiva disertan sobre los más variados temas. No importa el asunto de que se trate, ni si guarda o no relación con los méritos académicos o curriculares de los tertulianos. La cosa es hablar de lo que sea, empleando la mayor cantidad posible de vocablos técnicos y altisonantes. El vulgo es voluble y poco cultivado, de manera que cuanto más enrevesadas e impronunciables sean las palabras y los conceptos utilizados, tanto más crédito corresponde otorgar a las opiniones. Y como la ignorancia es osada pero tiene las patas cortas, más de uno termina metido en un lodazal del que no puede salir sin mostrar en público la fofa desnudez de sus miserias intelectuales. Lo que empieza siendo un discurso pretendidamente didáctico acaba con frecuencia convirtiéndose en un residuo verbal didácticamente pretencioso. Por supuesto, hay notables excepciones que aportan manchas de clara brillantez, pero el tono general no pasa del gris marengo.
En un increíble alarde de atrevimiento e insensatez, hay programas que incluso someten el tema de la tertulia a la voluntad de los espectadores. Reconvertido en jurado popular, es el público asistente el que decide in situ con su voto cuál es el asunto al que los tertulianos deben dedicar su versátil verborrea. Hacerlo al revés, seleccionando primero la materia y después a los invitados más capaces, sería menoscabar la espontaneidad del sufragio universal televisivo; y, sobre todo, aburriría al ciudadano medio, que es quien con su docilidad sostiene el invento.
La central nuclear de Fukushima II antes del desastre.
La falta de un criterio racional para elegir a los tertulianos de estas TDT’s (Tertulias De Todólogos) es tan paten-te como la implacable máxima mercantilista con que las cadenas en general seleccionan sus contenidos: si un pro-ducto se vende, es bueno. El único control de calidad lo proporcionan los índices de audiencia. Cierto es que los auditorios suelen ser poco exigentes, pero ello debería ser motivo de inquietud para los medios –al menos para los públicos; los nuestros; los de todos– y no objeto de explotación comercial. Es justamente esa escasa exigencia del público la que hace que los cofrades todólogos se crezcan y se aventuren a dar su parecer sobre cuestiones a las que ni siquiera han dedicado un par de tardes en la Wikipedia. La todología es una disciplina transversal que abarca cátedras como la macroeconomía, la epidemiología o la física nuclear.
En temas tan serios como pueda ser el de la energía atómica, tal frivolidad llega a producir indignación, además de vergüenza ajena. Ante una situación tan preocupante como la que se está viviendo en la central japonesa de Fukushima I, cuando mayor es la necesidad de voces serenas e informaciones meditadas y contrastadas, los tertulianos, moderadores, presentadores y hasta los políticos de turno continúan luciendo su necedad sin el menor atisbo de pudor. Eriza los pelos de la nuca oír cómo uno de estos expertos (no nos gusta señalar) confunde, sin que nadie le corrija, la fusión del núcleo del reactor con la fusión nuclear. Claro: suena tan parecido que por fuerza debe significar lo mismo. Si ancha es Castilla, poco menos ha de serlo el castellano. Algo más tarde, en otra emisora, la locutora da paso a una corresponsal desplazada a Japón que se encuentra «en la zona cero» del desastre. Inmediatamente volcamos toda nuestra atención hacia el televisor, ansiosos por contemplar a la intrépida reportera que ha tenido agallas para viajar hasta la zona cero en pleno accidente nuclear. Esperábamos ver a alguien ataviado con un traje especial y refugiado en algún recinto protector, pero no. La periodista se encuentra al aire libre, melena al viento y, aunque no sonríe, no parece preocupada en absoluto. Nos habla desde «la zona cero, a 70 kilómetros de la central nuclear». ¡Acabáramos! Es notable cómo un espacio tan específico como una zona cero puede ampliarse kilómetros y kilómetros solo con echar abajo unos cuantos tabiques. Y es que esos latiguillos del lenguaje les encantan. Acuden a ellos como moscas a la miel. Son, más que muletillas, auténticas prótesis ortopédicas donde apoyar su discapacidad idiomática para transitar por la profesión que les da de comer. La exageración es lo que vende; el rigor es para los puristas.
La zona cero, tal y como la vio la reportera
de una cadena de televisión nacional.
El caso es que, por distintos motivos, mantenerse al tanto de lo que sucede en esos lejanos y siniestros reactores que amenazan con soltar a los cuatro vientos su vómito radiactivo es una tarea compleja y llena de trampas.
En primer lugar, por la distancia, que supone una diferencia horaria que cuesta digerir. Y, como el desfase es hacia el este, las noticias siempre se nos adelantan. Por mucho que madruguemos en Europa, en Japón todo ocurre ocho horas antes, con lo que el significado de palabras tan cotidianas como hoy o ayer se vuelve impreciso y escurridizo.
Luego está la opacidad del Gobierno nipón, que dosifica la información con una tacañería sospechosa, en un vano intento de quitarle uranio al asunto. No deja de ser desconcertante que los responsables de la seguridad nuclear japonesa, que disponen al instante de datos sobre el terreno, se obstinen en mantener la alerta en el nivel 4 INES (Escala Internacional de Accidentes Nucleares) mientras sus homólogos franceses de la AFSN, a miles de kilómetros de distancia, aseguran disponer de información suficiente para asignar al accidente un nivel 6. La estrategia, sin embargo, parece funcionarles en Japón, dada la aparente mansedumbre de sus gobernados. ¿Qué haríamos en España si viviéramos cerca de un accidente nuclear y nuestro Gobierno nos recomendara cerrar puertas y ventanas y quedarnos en casita? Sindudamente, salir excretando lácteos.
El comisario Oettinger con la bocaza 
en su pose habitual. Si calla, revienta.
Hay que contar, además, con el alarmismo interesado de ciertas voces autorizadas que, a sueldo del lobby energético, preparan el terreno a nuevas medidas para compensar económica-mente a las eléctricas por el más que probable aumento de los costes de explotación. Solo así se explica que todo un comisario europeo de Energía se atreva a hablar de «apocalipsis» nuclear. En España sabemos bien lo que esas alarmas significan. Todavía estamos pagando en nuestra factura mensual (y seguiremos haciéndolo hasta 2015) la moratoria que heredamos del felipato. Que se preparen los alemanes los primeros, que ya han mandado parar siete reactores. Europa entera sabe en qué se traducen esas llamadas a rebato. Aún está reciente el caso de la Gripe A en 2009, cuando la Organización Mundial de la Salud varió apresuradamente la definición de pandemia para forzar a más de medio mundo a comprar millones y millones de dosis de una nueva vacuna sobre la que caben, cuando menos, dudas razonables. Que no nos pille de sorpresa: cuando esas voces autorizadas comienzan a asustar con el estribillo de que habrá que aumentar los controles y poner «requisitos adicionales», nuestra cartera o nuestra libertad están en peligro. O ambas.
Tampoco podemos olvidar el interés electoralista de nuestros ladinos políticos nacionales, que aprovecharán la menor ocasión para darse un baño de presunta responsabilidad al estilo Palomares. Sin ir más lejos, encargando de la noche a la mañana un estudio que evalúe los riesgos de un eventual tornado en la central nuclear de Garoña. Una curiosidad repentina que habría tenido mucho más sentido hace año y medio, ANTES de prorrogar la vida útil del decano de nuestros reactores. Sería muy ilustrativo preguntar al ministro del ramo si se ratifica en sus declaraciones de hace un año, cuando afirmó aquello de «temer la energía nuclear es como tener miedo a los eclipses». Singular y sesuda aportación la del titular de Industria y Energía, que además de tontos, nos llamó pusilánimes.
El reactor 3 de Fukushima y lo que queda de su
estructura de contención. Era hormigón armado.
Por todos estos factores, conviene ser prudentes al tragar la información, beber siempre en varias fuentes y tener claro que el agua más limpia casi nunca es la del grifo. No caigamos en maniqueísmos absurdos que solo enconan las posturas. A corto y medio plazo, el debate en nuestro país debe centrarse en las plantas ya operativas. Cara al futuro, la apuesta tendría que estar ya clara. La energía de fisión no es –no debería ser– una opción mientras no se encuentre una solución válida a la cuestión de los residuos. Ni siquiera desde un prisma estrictamente econó-mico. Las centrales nucleares no son rentables a menos que papá Estado ayude a financiar su construcción y el almacenamiento de los residuos. Es decir, a menos que las paguemos entre todos para beneficio de unos pocos. Desde 1997, año en que expiró en España la moratoria nuclear, muchos grupos de inversores y grandes capitales han tenido oportunidad de demostrar lo contrario. Y no lo han hecho.
A todo esto, son las 23:00 (CET, hora española) del día 7 del desastre y la situación en Fukushima I puede calificarse de desesperada. Chernóbil aún está lejos, y aunque es muy improbable que vaya a quedar cerca, hay pocas razones para el optimismo. Continúa la refrigeración con agua lanzada desde helicópteros y camiones cisterna, y parece ser que ya han conseguido hacer llegar electricidad a la central. Sin embargo, no está claro si en el caso de los reactores más dañados eso servirá de mucho. Que San Demócrito el longevo nos proteja.

Red Kite, marzo 2011.

NOTA: A continuación se enlazan algunas fuentes (en inglés, la mayoría) donde apagar la sed de actualidad. La potabilidad, salvo indicación expresa, queda a juicio del navegante:
La pizarra de Yuri (blog de agua clara como pocas)
Consejo de Seguridad Nuclear (lento en actualizar datos)
BBC (en inglés)

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sábado, 5 de marzo de 2011

La rebelión de los replicantes (crónica de una victoria jedi)


Según informó ayer la Agencia EFE, la Audiencia de Barcelona ha absuelto a una tienda de informática de pagar la cantidad que le reclamaba la SGAE en concepto de canon por la venta de soportes digitales. La sentencia (pdf) se basa en la doctrina comunitaria establecida el pasado 21 de octubre de 2010 por la Sala Tercera del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, según la cual «la aplicación indiscriminada del canon (…) no resulta conforme con la Directiva 2001/29». De acuerdo con este precepto, para la Audiencia Provincial «no tiene sentido repercutir sobre una empresa o un profesional la financiación de la ‘compensación equitativa’ por copia privada». En consecuencia, ha estimado el recurso presentado por el comercio barcelonés Padawan, S.L. contra una sentencia anterior que lo condenaba a pagar algo más de 16.000 euros de canon y otros 18.000 en concepto de intereses legales. La resolución, contra la que «no cabe recurso extraordinario alguno», exime a Padawan –ya maestro jedi– de cualquier pago y condena además a la Sociedad General de Autores y Editores a hacerse cargo de las costas procesales de primera instancia.
Como consecuencia de esta decisión judicial, un buen número de empresas, profesionales e instituciones públicas y privadas pueden a partir de ahora exigir a la SGAE la devolución del canon digital que hayan pagado por la adquisición de soportes digitales. Según Josep Jover, abogado de Padawan y miembro del Partido Pirata, solamente la cifra a devolver a las distintas administraciones podría rondar los 300 millones de euros. Otro de los aspectos más reiterados y significativos de la sentencia –que, de momento, ha pasado desapercibido para los grandes medios– es la introducción del concepto de «justo equilibrio», tomado de la resolución del Tribunal europeo. Según este principio, que se incorpora por vez primera en este ámbito a la jurisprudencia española, las tarifas de las sociedades de gestión de derechos deben respetar el «justo equilibrio» entre la cantidad a pagar y el lucro cesante del titular del derecho y «calcularse necesariamente sobre la base del criterio del perjuicio causado a los autores de las obras protegidas». Atentos hosteleros o peluqueros que pagan una tarifa plana pongan la música que pongan. La primera piedra ya está colocada: proporcionalidad.
Pero, como diría el Sr. Lobo, no empecemos a chuparnos nada todavía. En primer lugar, es indignante comprobar cómo las ediciones digitales de los principales periódicos nacionales se limitaron a dar por bueno el taimado titular del despacho de la agencia: «Absuelta la tienda que se rebeló contra la SGAE». Para EFE, El País, ABC o La Razón, recurrir legalmente una sentencia que ha resultado ser injusta constituye un acto de rebelión. Por otra parte, la palabra ‘absuelta’, aunque jurídicamente exacta (absolver es «desestimar a favor del demandado las pretensiones contenidas en la demanda», según el Diccionario académico) puede inducir de manera subliminal a pensar en algún pecado o en alguna presunta culpabilidad. Puesto que se trata de un recurso, sería más correcto decir que se estimó la apelación de la tienda. De hecho, es así como lo refleja la sentencia, que «ESTIMA» el recurso de la demandada y «REVOCA» la sentencia dictada en su día por el Juzgado Mercantil nº 4 de Barcelona. En ningún momento los magistrados hablan de absolver a nadie. Pero así es como lo vieron al unísono tres de los más importantes periódicos de nuestro país. Tan sólo Público se atrevió a titular la noticia de otro modo: «Primera sentencia en España contra el canon de la SGAE». Juzgue cada cual qué titular es el menos sesgado y el que ofrece más información.
Más desconsolador aún es el hecho de que la sentencia establezca que el canon sí es aplicable a los compradores particulares, quienes presumiblemente sí vulneran los derechos de autor con sus copias privadas. Ya lo saben: si tienen en casa vinilos, casetes, CD’s, cintas de vídeo o DVD’s originales y quieren convertirlos a formato digital para ahorrar tiempo y espacio y ganar comodidad, deberán compensar equitativamente a los autores. Caso insólito este en que el cliente compra, pero no posee.
Por desgracia, no es la primera vez que constatamos que nuestras leyes otorgan más y mejores derechos a las personas jurídicas que a las personas físicas. Todo el mundo sabe que los ciudadanos deben tributar proporcionalmente por su renta. Quien más gana, más paga. Las empresas, en cambio, tienen un tipo fijo que grava sus beneficios con independencia de su volumen. El mismo porcentaje se aplica a un gigante bancario que a un pequeño negocio familiar. Es más: el banco tiene todo un abanico de exenciones fiscales –incluidos los paraísos– a las que acogerse mediante las fórmulas más variopintas. Los particulares no pueden desgravarse el IVA en sus compras; las empresas, sí. Al ciudadano de a pie que no pague sus deudas, se le embargan sus bienes; a la empresa, se le permite poner a salvo sus beneficios en el cierre de ejercicio antes de convocar un concurso de acreedores. El pequeño inversor privado que arriesga sus discretos ahorros en la Bolsa, debe apoquinar el 25% de los beneficios obtenidos. En cambio, los grandes capitales pueden aglutinar sus dineritos en torno a una Sociedad de Inversión de Capital Variable (las SICAV fueron un invento del aznarato que se ha consolidado en la era ZP), que tributa al 1% y además está exenta de pagar el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales o el de Actos Jurídicos Documentados. Recientemente se conoció un caso particularmente sangrante de atropello. La empresa ExxonMobil Spain, filial del coloso petrolero, obtuvo en los dos últimos años un beneficio de más de 9.900 millones de euros ¡…con un solo empleado! No es necesario aclarar si ese beneficio es bruto o neto, dado que esta compañía no ha tenido que pagar nada por los dividendos obtenidos. ¿Cómo? Merced al milagro de la legislación que ampara a las Entidades de Tenencia de Valores Extranjeros (ETVE), un galimatías legal y financiero pensado para que los grandes holdings transnacionales puedan burlar al fisco hasta el último céntimo de sus ganancias.
En resumen: el ordenamiento jurídico de los países más avanzados del mundo protege mejor a sus empresas que a sus ciudadanos. Todo un paradigma que deja perfectamente claras las prioridades de nuestros gobernantes. La ley es para las entidades no físicas. Los ciudadanos no somos más que simples replicantes, androides que sueñan con ovejas eléctricas. Si solicitamos amparo judicial contra normativas injustas o arbitrarias, lo que estamos haciendo es rebelarnos. Y, como en el cuento de Phillip K. Dick, esa rebelión nos expone a que algún Deckard de turno, algún blade runner a sueldo, de la SGAE, por ejemplo, sea contratado para retirarnos.

Red Kite, marzo 2011.
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