martes, 28 de junio de 2011

Mercados con cartas marcadas (denuncia de un engaño masivo)

Los mercados se han convertido en los dueños del mundo.
Ninguno de los ocho significados que el Diccionario de la Real Academia propone para la palabra mercado sirve para definir a esos poderes anónimos en que se escudan nuestros políticos para gobernar y legislar contra la vo-luntad de la inmensa mayoría. La que más se aproxima es la cuarta acepción: «Conjunto de actividades realizadas libremente por los agentes económicos sin intervención del poder público». Esta definición se acerca a la que buscamos, pero tampoco sirve, puesto que se refiere a las actividades y no a los agentes. Como la cuestión no es baladí, dado que son los mercados los que parecen regir las decisiones de nuestros mandatarios y, por ende, nuestros destinos, hacemos desde aquí esta sugerencia urgente a nuestros lexicógrafos:
mercado.
9. m. Conjunto de entidades anónimas formado por la oligarquía financiera internacional que, sin personalidad jurídica alguna y sin concurrir a ningunas elecciones democráticas, usurpa la soberanía de los pueblos y decide cómo y para quién deben los Estados gobernar y legislar. U. m. en pl. Las medidas son necesarias para calmar a los mercados.
Por desgracia, no se trata de ninguna broma. La que se propone es una descripción real –indignantemente real– de la realidad politicoeconómica que estamos viviendo. La soberanía popular, consagrada en las Constituciones de toda Europa, ha sido secuestrada de facto por el poder financiero que se esconde tras el eufemístico nombre de los mercados. Los Gobiernos no están supeditados a la voluntad de la ciudadanía que los eligió, sino a los criminales designios de esos mercados. Y así nos va.
Es muy posible que, a muchos, nuestra definición les parezca simplista y sesgada. Es comprensible, dado que la opinión pública se moldea a partir de la opinión publicada. Y como la aplastante mayoría de los medios de desinformación que publican opiniones se encuentra en manos de esos mismos mercados, pedirles objetividad es como buscar agua en el desierto. La televisión, la radio, la prensa escrita y digital, las universidades y demás instituciones académicas y cualesquiera otras entidades capaces de crear opinión están mayoritariamente corrompidas por la omnímoda garra de los poderosos. La realidad que nos muestran periódicos, telediarios y tertulias está distorsionada hasta tal punto que cualquier otra descripción de lo que está pasando resulta increíble e inadmisible. Como la Alicia de Carroll, la ciudadanía ha traspasado el espejo y ya es incapaz de discernir qué lado es el real. Ni siquiera recurriendo a la lógica más elemental. Consideremos solo tres ejemplos:
La caja tonta se ha convertido en un arma más poderosa
que cualquier religión.
Una de las sandeces más repetidas es el absurdo silogismo de que, si se abarata y facilita el despido, se creará más empleo. Dicho así, es una píldora difícil de tragar, por lo que la primera premisa ha de traducirse primero al lenguaje neo-liberal: en lugar de abaratar el despido, se habla de flexibilizar el mercado laboral. Aun así, el argumento no supera el análisis más elemental. Es obvio que la cifra de parados está en relación directa con el número de despidos. ¿En qué universo paralelo se puede acabar con el paro creando más parados? ¿Sería prudente o sensato bajar el precio del agua en tiempos de sequía? Si se pretendiera reducir el consumo de derivados del petróleo, ¿sería razonable bajar el precio de los carburantes y animar a los conductores a pisar el acelerador?
Una segunda necedad que suele presentarse en envoltorio dorado es la de que la privatización de compañías o servicios estatales contribuye a aumentar la solvencia de los Estados, lo que redunda en una mayor confianza de los mercados en la deuda pública de esos Estados. Por mucho que esta patraña se disfrace en jerga neoliberal de medidas para aumentar la competitividad o liberalización de sectores estratégicos, estamos ante un expolio puro y duro. No hace falta ser un experto en macroeconomía para saber que cuantos más activos tiene una entidad –en este caso, un Estado– más solvente se la considera y más fácil le será acceder a un crédito. Es evidente que si el presupuesto español contara en su capítulo de ingresos con los pingües beneficios que actualmente generan empresas ya privatizadas como Telefónica, Repsol, Campsa, Endesa, o Argentaria (por citar solo algunas, que suman por sí solas decenas de miles de millones de euros), nuestra economía estaría mucho más saneada, y podríamos habernos ahorrado muchas emisiones de deuda pública y muchos recortes. Sin embargo, según los perversos postulados del nuevo capitalismo, esa lógica debe invertirse: para ganarse la confianza de los mercados, lo que hay que hacer es liquidar el patrimonio público. Si eso no es un chantaje, se le parece bastante.
Como tercer ejemplo de la inconsistencia de las mentiras con que los medios oficialistas pretenden distraernos, fijémonos en las políticas de recaudación estatales. Cualquiera que se haya visto obligado alguna vez a hacer números sabe que un presupuesto deficitario puede equilibrarse de dos maneras: recortando gastos o aumentando ingresos. A nadie se le ocurriría reducir los gastos y, además, reducir los ingresos. Y, sin embargo, eso es exactamente lo que se está haciendo. Bajo la capciosa etiqueta de medidas de estímulo fiscal para reactivar la economía, se están reduciendo los impuestos a las grandes fortunas. Reducciones de cuotas sobre los beneficios empresariales, incentivos en forma de exenciones fiscales, eliminación de figuras tributarias (Impuesto sobre el Patrimonio), simplificación de tramos en el Impuesto sobre la Renta, consolidación de figuras jurídicas con un trato fiscal especial e indecente (SICAV’s, ETVE’s)… Por no hablar de la vergonzosa pasividad de las autoridades ante la evasión de impuestos a través de paraísos fiscales. Todo pensado para que los que más tienen paguen menos. ¿Y los que menos tenemos…? Pues a pagar más, claro. Esa es la idea de estímulo fiscal que nos vende el neocapitalismo y sus medios cómplices.
No vemos la realidad. Vemos solo lo que los medios quieren 
mostrarnos.
Pero aún hay más. Aparte de aplicar la lógica, la sensatez o el sentido común hay otro medio todavía más infalible para comprobar que las políticas económicas neoliberales son un fiasco: hay multitud de precedentes, casos reales, que lo confirman. Lo que en Europa se está haciendo con los países de la periferia, los llamados PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia… Por si alguien no sabe a quién corresponde la ‘S’, ahí va una pista: el nombre está en inglés) ya se ha hecho antes con los países del Sur. Y no funcionó. Eso lo sabe toda Hispanoamérica, que padeció medidas similares en la década de los ochenta. El rotundo fracaso de aquellas políticas hizo que en América del Sur se conozca a los años ochenta como «la década perdida». Nuestro futuro es la crónica de una suerte anunciada. La propia ONU aseguró la semana pasada que las medidas que se están aplicando en Europa retrasan la recuperación económica. ¿Alguien ha visto a algún telediario hacerse eco de ello?
Estamos atravesando una crisis –o una estafa– que no tiene precedentes, pero se intenta atajar con soluciones obsoletas que se sabe que no funcionan. Se están aplicando en Europa las mismas políticas que llevan décadas utilizándose contra los países del Tercer Mundo y que solo han servido para empobrecer más a esos países y agravar el problema de su deuda hasta extremos insoportables. El Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo están en manos de corruptos y criminales saqueadores que ahora vienen a por nosotros. Los economistas lo saben. Los mercados lo saben. Los Gobiernos lo saben. Los medios lo saben. ¿Por qué gran parte de la ciudadanía no está al tanto? La respuesta es obvia: porque esta partida está amañada. Los mercados juegan con cartas marcadas.

Red Kite, junio 2011.

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Disculpe el señor                                                         Nuestras barbas en remojo

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