viernes, 29 de julio de 2011

Las protestas sí son para el verano (crónica del 23 y 24J en Madrid. 2ª parte)

La Revolución toma Neptuno.
Como contamos en la primera parte de esta crónica, la mañana del pasado domingo 24J junto al Palacio de Cristal del Retiro estuvo bastante animada. Las conclusiones de los distintos grupos de trabajo se pusieron en común en una multitudinaria Asamblea General que se prolongó hasta pasadas las dos de la tarde.
Nos llaman la atención, no obstante, algunos parámetros excesivamente rígidos del modelo asambleario. No parece fácil para quienes llegan tarde sumarse a los distintos grupos de trabajo. Los turnos de palabra son muy estrictos, y echamos en falta una información clara y accesible que nos explique cuáles son los criterios y protocolos de acceso. Ni siquiera en los grupos más pequeños, que no llegan a una docena de personas, se aceptan de buen grado las aportaciones externas. En uno de ellos, uno de nuestros compañeros es silenciado con palabras y modos nada cordiales. Algo inexplicable en un movimiento que presume de horizontal e inclusivo. Tampoco está claro quién y cómo designa a los distintos moderadores que parecen llevar la voz cantante. No hay un panel informativo que explique los roles y los procesos. No hay libro de instrucciones. No hay estatutos, jerarquías ni organizaciones. Pero hay moderadores, que no sabemos de dónde salen. La clave parece ser el hecho de portar un megáfono. Eso y estar autorizado por no se sabe quién para usarlo. Por desgracia, el nuestro se quedó sin pila la noche anterior…
Es ya casi la hora de comer cuando conseguimos localizar a la gente con la que habíamos quedado para tratar el tema del proceso constituyente. Como estos asuntos no es bueno abordarlos con el estómago vacío, decidimos posponer la reunión para la tarde. «A las cuatro en el punto de información» (un modesto y anónimo árbol al que han bautizado con ese curioso nombre). Bajo un sol de justicia, salimos del Retiro y nos vamos a picar algo.
Asamblea junto al Palacio de Cristal del Retiro
A la hora convenida, estamos allí de nuevo. En principio, somos pocos, pero en cuanto nos sentamos en la hierba comienza a arrimarse más gente. El grupo de trabajo ‘Nueva Constitución’ acaba de constituirse. Curiosamente, uno de los primeros en agregarse es alguien a quien nadie parece conocer y que se presenta como miembro de una de las comisiones de Acampada Sol. Nos aclara que le parece «perfecto que hayáis formado vuestro propio grupo de trabajo» –aunque su cara y sus gestos indican lo contrario– y se autopropone como moderador. Según él, es «fundamental aclarar el tema de la moderación», para lo que se ofrece como «micromoderador, si no os oponéis» dado que cuenta «ya con una amplia experiencia en moderación asamblearia». Algunos de los allí reunidos nos miramos perplejos, como cuestionándonos la necesidad de una micromoderación externa y, sobre todo, preguntándonos si con lo de «amplia experiencia» se referirá a las escasas semanas de vida del movimiento o a un currículum algo mayor. Por su rostro, aparenta no haber cumplido los 25. Para su desencanto, nombramos por nuestra cuenta a otra persona para que anote las peticiones y conceda los turnos de palabra.
El caso es que la sesión empieza –moderada y, además, micromoderada–, y pasamos a presentarnos y a comentar brevemente nuestras perspectivas personales en materia constitucional. Si la memoria no nos falla –no tenemos acta aún–, allí había gente de Albacete, Asturias, Barcelona, Cáceres, Coruña, Granada, Guadalajara, Madrid y Valencia, al menos. Tal y como nos temíamos, el primero, y casi el único, en interrumpir (o en intentarlo, según los casos) es precisamente el individuo que intentó erigirse por su cuenta en micromoderador, que interviene con actitud casi boicoteadora para introducir matices claramente secundarios. Tanto es así, que la primera rueda de turnos no llega a completarse, porque surge el primer encontronazo serio. Uno de los miembros, cansado ya –y con razón– de tanta zancadilla, se rebela sin contemplaciones: «Y a ti, ¿quién te ha dado la palabra?». «Yo estoy aquí para moderar, y lo que no puedes decir…» «No: tú no eres el moderador. Tú, ¿quién eres para decirme lo que yo puedo decir…?» La cosa sube de tono y termina con la microdimisión del pretendido micromoderador, que abandona el grupo con malos modos al comprobar que le resulta imposible reconducir el asunto por donde parece que a él le gustaría.
Y es que lo llaman micromoderar, y no lo es. Es más bien reventar el discurso de los ponentes cada vez que se expone una propuesta con sentido, para desestimarla porque «ese tema ya lo está llevando la comisión de…» Se supone que se trata de un movimiento sin jerarquías ni burocracias, pero lo cierto es que sí parece haber pegas jurisdiccionales: un grupo de trabajo no debe invadir el terreno de una comisión. La estructura es horizontal, pero compartimentada y con clases. Es una actitud que, en el mejor de los casos, suscita muchas dudas; en el peor, disipa cualquier duda.
La glorieta de Atocha, a reventar. La marcha va a empezar.
Por fortuna, sin micromoderación la cosa se hace más fluida. Básicamente, se acuerda dividir las estrategias en dos líneas: por un lado, la que atacará el proceso constituyente de manera integral con el objetivo de elaborar un nuevo Texto; por otro, la que propondrá cambios menos ambiciosos –al menos, en número– y más concretos. También se recogen las direcciones de correo electrónico de los asistentes para seguir en contacto a través de la lista de correo creada ad hoc y coordinada por uno de los miembros. No se puede decir que sean avances demasiado significativos, pero la sensación final, una vez superados los problemas jurisdiccionales, es bastante positiva.
Satisfechos con la reunión, aunque mosqueados por los comportamientos tan sospechosos que hemos referido, nos dirigimos a Atocha para tomar parte en la manifestación. El gentío es impresionante: millares de personan copan la glorieta de Carlos V y las confluencias con las calles adyacentes. Multitud de pancartas y de cámaras fotográficas. Con la mente todavía alerta por lo vivido en la reunión, no hacemos más que ver infiltrados por todas partes. Pero pronto nuestros resquemores se diluyen ante el éxito de la convocatoria. Comienzan a corearse las primeras consignas. Desde las más conocidas de verso libre («Lo llaman democracia, y no lo es»), pasando por otras más atrevidas y revolucionarias con rima consonante («Los Borbones, a los tiburones») hasta la más celebrada y visceral con pseudorrima («Illa, illa, illa, Botín hijo de p.»). El evento es realmente emocionante. Por momentos, parece que no vamos a caber todos en la plaza. Y la verdad es que no cabemos.
La marea humana inunda el paseo del Prado
Por fin, con veinte minutos de retraso (18:50), la manifestación se pone en marcha. Una impresionante marea humana avanza a paso lento inundando el paseo del Prado por ambos laterales. Solo el bulevar central queda ligeramente más despejado. El ambiente es de fiesta absoluta, y las pancartas, muy abundantes, son de lo más original. La gigantesca comitiva se detiene frente al Ministerio de Sanidad, donde aumentan los decibelios. Ya en Neptuno, el grueso de la marcha se dirige hacia el final de la carrera de San Jerónimo, donde una nube de policías y vallas nos impiden acercarnos más al Congreso. Algunos increpan con cánticos a los uniformados; otros simplemente levantan las manos para indicarles cuáles «son nuestras armas». Los más atrevidos, posan desnudos para la posteridad.
La foto que El País no quiso en su portada del lunes.
Antes de que la plaza de Neptuno se llene, la cabecera de la manifestación continúa paseo arriba hacia Cibeles. Atravesamos el campamento donde hemos pasado la noche. Al llegar a la plaza de la diosa, el panorama más despejado de árboles nos permite hacernos una idea más clara del éxito de la convocatoria. Alrededor de cincuenta mil personas, calculamos mientras subimos por la calle de Alcalá hacia la Puerta del Sol. Una cifra demoledora, si se tiene en cuenta que estamos en verano y que una parte importante de los manifestantes hemos tenido que recorrer muchos kilómetros para asistir. En la ‘V’ entre Alcalá y Gran Vía, el grupo se divide. Los más despistados (u osados) improvisan su recorrido por la Gran Vía tras mostrar su indignación frente a la sede del banco de Botín. Pero, a pesar de dividirse, el río humano parece no tener fin. Desde la parte más alta de Alcalá todavía puede verse gente que aún sigue en Cibeles. Fotos y más fotos. No es para menos. Nadie quiere perder la oportunidad de inmortalizar el momento.
Llegada a la Puerta del Sol. Lleno absoluto.
Al llegar a Sol, el oso y el madroño nos reciben junto a una pancarta que reza: «Bienvenida, dignidad». La valla del edificio del Tío Pepe (en obras y sin su habitual cartel con la botella y su chaquetilla) sirve de improvisado instrumento de percusión para ponerle un ensordecedor redoble al encuentro. Los más atrevidos trepan hasta lo más alto para saludar desde allí a la muchedumbre. A sus pies se despliegan pancartas verticales que salpican la fachada de mensajes indignados. La Puerta del Sol hierve una vez más con el clamor ciudadano, en una imagen de civismo y compromiso que empieza a ser preocupantemente habitual para algunos descastados que ven peligrar su estatus indecente. Pero esos no están aquí hoy. Hoy la plaza es nuestra. Y la razón. Y el futuro.

Red Kite, julio 2011.

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Sol renaciente                                                                        Queridos represores


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