Fascina –y, si mal se piensa, hasta sobrecoge– la facilidad con que los opinantes profesionales de las tertulias que saturan la digitalizada oferta radiofónica y televisiva disertan sobre los más variados temas. No importa el asunto de que se trate, ni si guarda o no relación con los méritos académicos o curriculares de los tertulianos. La cosa es hablar de lo que sea, empleando la mayor cantidad posible de vocablos técnicos y altisonantes. El vulgo es voluble y poco cultivado, de manera que cuanto más enrevesadas e impronunciables sean las palabras y los conceptos utilizados, tanto más crédito corresponde otorgar a las opiniones. Y como la ignorancia es osada pero tiene las patas cortas, más de uno termina metido en un lodazal del que no puede salir sin mostrar en público la fofa desnudez de sus miserias intelectuales. Lo que empieza siendo un discurso pretendidamente didáctico acaba con frecuencia convirtiéndose en un residuo verbal didácticamente pretencioso. Por supuesto, hay notables excepciones que aportan manchas de clara brillantez, pero el tono general no pasa del gris marengo.
En un increíble alarde de atrevimiento e insensatez, hay programas que incluso someten el tema de la tertulia a la voluntad de los espectadores. Reconvertido en jurado popular, es el público asistente el que decide in situ con su voto cuál es el asunto al que los tertulianos deben dedicar su versátil verborrea. Hacerlo al revés, seleccionando primero la materia y después a los invitados más capaces, sería menoscabar la espontaneidad del sufragio universal televisivo; y, sobre todo, aburriría al ciudadano medio, que es quien con su docilidad sostiene el invento.
La central nuclear de Fukushima II antes del desastre. |
En temas tan serios como pueda ser el de la energía atómica, tal frivolidad llega a producir indignación, además de vergüenza ajena. Ante una situación tan preocupante como la que se está viviendo en la central japonesa de Fukushima I, cuando mayor es la necesidad de voces serenas e informaciones meditadas y contrastadas, los tertulianos, moderadores, presentadores y hasta los políticos de turno continúan luciendo su necedad sin el menor atisbo de pudor. Eriza los pelos de la nuca oír cómo uno de estos expertos (no nos gusta señalar) confunde, sin que nadie le corrija, la fusión del núcleo del reactor con la fusión nuclear. Claro: suena tan parecido que por fuerza debe significar lo mismo. Si ancha es Castilla, poco menos ha de serlo el castellano. Algo más tarde, en otra emisora, la locutora da paso a una corresponsal desplazada a Japón que se encuentra «en la zona cero» del desastre. Inmediatamente volcamos toda nuestra atención hacia el televisor, ansiosos por contemplar a la intrépida reportera que ha tenido agallas para viajar hasta la zona cero en pleno accidente nuclear. Esperábamos ver a alguien ataviado con un traje especial y refugiado en algún recinto protector, pero no. La periodista se encuentra al aire libre, melena al viento y, aunque no sonríe, no parece preocupada en absoluto. Nos habla desde «la zona cero, a 70 kilómetros de la central nuclear». ¡Acabáramos! Es notable cómo un espacio tan específico como una zona cero puede ampliarse kilómetros y kilómetros solo con echar abajo unos cuantos tabiques. Y es que esos latiguillos del lenguaje les encantan. Acuden a ellos como moscas a la miel. Son, más que muletillas, auténticas prótesis ortopédicas donde apoyar su discapacidad idiomática para transitar por la profesión que les da de comer. La exageración es lo que vende; el rigor es para los puristas.
La zona cero, tal y como la vio la reportera de una cadena de televisión nacional. |
En primer lugar, por la distancia, que supone una diferencia horaria que cuesta digerir. Y, como el desfase es hacia el este, las noticias siempre se nos adelantan. Por mucho que madruguemos en Europa, en Japón todo ocurre ocho horas antes, con lo que el significado de palabras tan cotidianas como hoy o ayer se vuelve impreciso y escurridizo.
Luego está la opacidad del Gobierno nipón, que dosifica la información con una tacañería sospechosa, en un vano intento de quitarle uranio al asunto. No deja de ser desconcertante que los responsables de la seguridad nuclear japonesa, que disponen al instante de datos sobre el terreno, se obstinen en mantener la alerta en el nivel 4 INES (Escala Internacional de Accidentes Nucleares) mientras sus homólogos franceses de la AFSN, a miles de kilómetros de distancia, aseguran disponer de información suficiente para asignar al accidente un nivel 6. La estrategia, sin embargo, parece funcionarles en Japón, dada la aparente mansedumbre de sus gobernados. ¿Qué haríamos en España si viviéramos cerca de un accidente nuclear y nuestro Gobierno nos recomendara cerrar puertas y ventanas y quedarnos en casita? Sindudamente, salir excretando lácteos.
El comisario Oettinger con la bocaza en su pose habitual. Si calla, revienta. |
Tampoco podemos olvidar el interés electoralista de nuestros ladinos políticos nacionales, que aprovecharán la menor ocasión para darse un baño de presunta responsabilidad al estilo Palomares. Sin ir más lejos, encargando de la noche a la mañana un estudio que evalúe los riesgos de un eventual tornado en la central nuclear de Garoña. Una curiosidad repentina que habría tenido mucho más sentido hace año y medio, ANTES de prorrogar la vida útil del decano de nuestros reactores. Sería muy ilustrativo preguntar al ministro del ramo si se ratifica en sus declaraciones de hace un año, cuando afirmó aquello de «temer la energía nuclear es como tener miedo a los eclipses». Singular y sesuda aportación la del titular de Industria y Energía, que además de tontos, nos llamó pusilánimes.
El reactor 3 de Fukushima y lo que queda de su estructura de contención. Era hormigón armado. |
A todo esto, son las 23:00 (CET, hora española) del día 7 del desastre y la situación en Fukushima I puede calificarse de desesperada. Chernóbil aún está lejos, y aunque es muy improbable que vaya a quedar cerca, hay pocas razones para el optimismo. Continúa la refrigeración con agua lanzada desde helicópteros y camiones cisterna, y parece ser que ya han conseguido hacer llegar electricidad a la central. Sin embargo, no está claro si en el caso de los reactores más dañados eso servirá de mucho. Que San Demócrito el longevo nos proteja.
Red Kite, marzo 2011.
NOTA: A continuación se enlazan algunas fuentes (en inglés, la mayoría) donde apagar la sed de actualidad. La potabilidad, salvo indicación expresa, queda a juicio del navegante:
La pizarra de Yuri (blog de agua clara como pocas)
Consejo de Seguridad Nuclear (lento en actualizar datos)
BBC (en inglés)
NHK (Televisión japonesa) (en inglés)
NUK (Red de noticias nucleares) (en inglés)
Organismo Internacional de Energía Atómica (en inglés)
WNN (La visión de la patronal) (en inglés)
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