jueves, 31 de marzo de 2011

Jarl II. Secuestro con fanfarronina (fábula de política-ficción)

[Se recomienda leer antes la primera parte de esta historia]

Mensaje para:        Jarl V3.14R68.0240-TOY
Borde Exterior, kilopársec 59,800
82656 Mos Eisley, Tatooine

La Tierra, 31 de marzo de 2011.
Hola, Jarl:
En respuesta a tu mensaje del pasado 23 de marzo, me temo que no tengo buenas noticias. Si pensabas que el título de comisario europeo es una vacuna contra las fanfarronadas, te espera una desagradable sorpresa. No, amigo toydarian, no. Nidecoñamente no. El tal Oettinger se tira el pisto cosa mala. Vende humo, nunca mejor dicho. Hoy por hoy, almacenar el CO2 es como extraer oro del agua de mar: cuesta más el collar que el galgo. Decir que este proceso ya es viable es, sencillamente, mentir. Y pretender que el carbón limpio será una realidad en 2018, (año en que Europa tiene previsto cerrar el grifo de las subvenciones al negro mineral) es ser, en el mejor de los casos, extremadamente optimista.
Existen, desde luego, proyectos que ya han empezado a mover importantes cantidades de dinero. Mayormente, de dinero público. Se basan en una técnica que la industria petrolera de EE UU comenzó a utilizar a mediados del siglo pasado: inyectaban CO2 en las bolsas subterráneas de crudo para facilitar su extracción. De ahí surgió la idea del almacenamiento, también llamado secuestro, del dióxido de carbono como fin en sí mismo. El concepto fue bautizado con el nombre de Carbon Capture and Storage/Sequestration (CCS) o Captura y Almacenamiento de Carbono (CAC). Se abordó por primera vez con vistas a una posible explotación comercial a principios de este siglo, por iniciativa de la Agencia Internacional de la Energía y al amparo legal y financiero de la Comisión Europea a través del Proyecto Wilburn. Posteriormente, esta solución fue propuesta a finales de 2005 en Montreal durante la XI Conferencia sobre Cambio Climático como posible «comodín» para ayudar a cumplir los objetivos del Protocolo de Kioto. A partir de ahí, países como Alemania, Australia, Canadá, China, España, Holanda, Italia, Noruega, Polonia, Reino Unido o –por supuesto– los Estados Juntitos, han puesto en marcha diferentes proyectos piloto para convertir el invento en realidad. (Todos estos países, excepto Holanda e Italia, tienen importantes reservas de carbón.) Como te decía, amigo Jarl, el tinglado está a muchos kiloparsecs de ser rentable, pero la generosidad de los Gobiernos para gastarse los dineros de todos en aventuras de este tipo ha hecho que el lobby correspondiente muestre su interés. Incluso se ha creado ya la Carbon Capture & Storage Association para ensalzar las bondades de esta opción.
El proceso en sí no es demasiado complejo, y su objetivo principal es reducir hasta en un 90% el CO2 emitido por las centrales térmicas. Mediante distintas técnicas en función del tipo de central, se recogen los gases de la salida de las chimeneas, se separa el anhídrido carbónico de los demás compuestos (puestos a capturar, estaría feo dejar sueltos a otros forajidos más tóxicos, como los óxidos de azufre) y luego se comprime hasta licuarlo para inyectarlo después a través de una canalización en formaciones geológicas bajo tierra (por ejemplo, en antiguas reservas fósiles ya agotadas de petróleo o de gas) o en el lecho marino.
Ni que decir tiene, amigo alienígena, que este procedimiento plantea inconvenientes numerosos y nada triviales:
Del primero ya te he hablado: el económico. De momento, es el dinero público el que consigue que esta extravagancia comience a ser posible. De ahí a hacerla rentable, media una distancia cósmica. Según un informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (o IPCC, el grupo de expertos auspiciado por la ONU para estudiar estos asuntos), la CAC puede suponer un aumento en el precio del kilovatio/hora que oscilaría entre un 43 y un 91% para las plantas de carbón convencionales y entre un 21 y un 78% para las de ciclo combinado. Vista la discretísima precisión de estos datos, te preguntarás, mi querido toydarian, para qué coño queremos un panel de expertos; es una buena pregunta que yo mismo también me planteo. Con todo y con eso, un país tan preeminente como el Reino Unido parece dispuesto a basar en esta flamante novedad gran parte de su estrategia energética a medio y largo plazo. Cabe preguntarse si, después de una apuesta tan importante, Gran Bretaña estaría en condiciones de dar marcha atrás en caso de que el invento acabara resultando un fiasco.
Por otro lado está la cuestión del volumen. Un secuestro así obliga a habilitar zulos muy, pero que muy grandes. Por cada megavatio/hora que produce, una central térmica de carbón llega a generar casi una tonelada y media de dióxido de carbono. Una vez comprimido y licuado, ese CO2 prisionero, que en libertad ocuparía aproximadamente 700 m3, podría quedar confinado a más de un kilómetro bajo tierra en un volumen de unos 2 m3. El ahorro de espacio es considerable, pero aun así, estamos hablando de depósitos con un tamaño colosal. Según Greenpeace, la vieja Central Térmica de Carboneras (Almería), una de las plantas más contaminantes de España, generaba en 2006 más de 6 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono. Coge aire, mi azul amigo, antes de hacer la cuenta: a 1,39 m3 por tonelada, son más de 8 millones de metros cúbicos de CO2 líquido al año para una sola central de 1,16 gigavatios de potencia. Demasiada basura para esconderla debajo de la alfombra.
Luego está la cuestión de la seguridad. Mantener secuestrado tal volumen de CO2 requerirá estudios geológicos muy concienzudos y estrictos –que estamos pagando ya–, además de una vigilancia regular, constante y responsable de por vida. Si el rehén consiguiera escapar, habríamos hecho un pan como unas hostias. Los riesgos del sistema, se asegura, son mínimos. Una canción que ya hemos oído en otras ocasiones; tantas, que nos sabemos el estribillo. Por desgracia, hay evidencias muy recientes y dolorosas de que la codicia acostumbra a minimizar, subestimar o incluso ocultar los riesgos. No serán tan nimios, a juzgar por la insistencia de las eléctricas en rebajar los plazos para que las leyes (40/2010) garanticen la transferencia de la responsabilidad sobre los lugares de almacenamiento a los Estados.
Pero sobre todo, amigo Jarl, surgen dudas razonables sobre los verdaderos motivos de los humanos para tan faraónicas inversiones. ¿Se hace por inquietud medioambiental o con ánimo de lucro? Si el estaribel se viene abajo, ¿agacharemos las orejas o volveremos a hacernos trampas nosotros mismos, si es que no lo estamos haciendo ya? Y si resultara ser un éxito, ¿recuperaremos los ciudadanos algo del dinero invertido? Pensando en el futuro de nuestra especie, ¿es esta una estrategia sensata o solo se pretende tomar al CO2 como rehén para renegociar las condiciones de Kioto? ¿Tiene sentido invertir tiempo y recursos –millonarios y públicos– en secuestrar artificialmente el CO2 mientras seguimos esquilmando ecosistemas que son secuestradores naturales? ¿No estaremos tomando absurdos atajos para no enfrentarnos al hecho de que nos hemos equivocado de camino? Dicho de un modo más castizo: ¿estamos tontos o qué?
Hazme caso, colega: yo en tu lugar me olvidaría del asunto. Más vale que ni lo menciones en tu planeta. Es mucho más juicioso invertir en energías limpias y, sobre todo, en desarrollar su aplicación a partir de la tecnología que YA existe desde hace tiempo. En Tatooine tenéis mucho viento. Y dos soles, por falta de uno. Sacadle partido. Si quieres más información, ahí te mando unos enlaces precocinados. Como ya te habrás percatado, los enlaces en cursiva conducen a sitios en inglés. Seguro que eso no es problema para un toydarian.
Confío en que este mensaje llegue a tiempo al Borde Exterior. Un saludo, compañero, desde Solar 3.

Tu amigo terrícola.

PS: Dale recuerdos de mi parte a Watto, si lo ves. Es un canalla simpático.

Red Kite. Marzo 2011.

[…continuará.]

ENLACES PRECOCINADOS:

Resumen del informe del IPCC
Repercusión de este asunto en los medios
El invento según la EPA norteamericana
Cómo lo ve Greenpeace

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