Primero fue el intento de excluir de estas elecciones a unas listas que constituyen la última prueba empírica de que el nacionalismo violento de las pistolas comienza ya a ser parte del pasado. La estrategia de Bildu apunta a un futuro alumbrado tan solo por la vía pacífica a la que tantos y tan injustos muertos ha costado llegar. Para muchos, ese rechazo del terror no es suficiente, y elevaron sus sospechas a las más altas magistraturas del Estado. La Justicia actuó como la Tarara: que no, dijo el Supremo; que sí, dijo el Constitucional. En ambos casos, la sentencia se alcanzó por la mínima diferencia. Y Bildu consiguió participar en los comicios. Mientras, Montesquieu observaba perplejo. Tal vez vencido, tal vez solo desorientado.
Pero pronto la discusión se vio sorprendida de nuevo por un protagonista no invitado: el Pueblo. La Plataforma 15M tomó las plazas para decir basta. Casi uno de cada dos jóvenes españoles está sin empleo, y decidieron cruzar el Rubicón, considerando que era preciso y urgente establecer un límite. Hasta aquí hemos llegado. Quienes provocaron la crisis continúan con sus fortunas intactas mientras los de a pie pagamos de nuestro bolsillo y de nuestros derechos sus indecentes rescates. Inaceptable. Inadmisible que los poderosos hayan vuelto ya a sus beneficios multimillonarios mientras aprovechan los resquicios legales impuestos por Europa para despedir a millares de trabajadores. Intolerable que se socialicen las deudas y se privaticen los beneficios. Inaguantable que se siga esquilmando el patrimonio estatal (público. Nuestro. De todos) que nos legaron nuestros abuelos para ponerlo a disposición de la codicia financiera internacional. Era hora de actuar, y se ha actuado.
Los jóvenes –la generación mejor formada de la historia de España– decidieron tomar la palabra. Los trabajadores a quienes el neocapitalismo salvaje puso en la calle decidieron tomar las plazas. La ciudadanía harta y olvidada decidió tomar la palabra para mostrar su indignación y exigir que la Democracia recupere su sentido ancestral y universal: que gobierne el Pueblo.
El intento de desalojo de la madrugada del martes pasado, con premeditación, nocturnidad y alevosía, solo consiguió fortalecer y legitimar aún más la protesta. El miedo de la clase gobernante obligó de nuevo a consultar a la Justicia, esta vez derivada a las Juntas Electorales provinciales. Y otra vez, la Tarara: Salamanca, que sí; Madrid, que no; Valencia no sabe/no contesta. Desconcertada por el ridículo contrasentido, la Abogacía del Estado recurre a la Junta Electoral Central (ocho magistrados del Supremo más otros cinco designados por el Parlamento) para «unificar» unos criterios absurdamente dispares. El resultado se impone, otra vez, por un solo voto: que no. Según el veredicto, las concentraciones en las plazas pueden interferir con la sacrosanta –y única en las democracias occidentales– jornada de reflexión y con el libre ejercicio del derecho al voto durante la jornada electoral. La sentencia choca con la jurisprudencia reciente del Tribunal Constitucional, tal y como recoge el voto particular del juez Varela: «Es obvio que la exposición de ideas, de manera pública y colectiva, puede trascender a las decisiones de los electores. Pero cabe decir que, lejos de coartarlas, las enriquece porque las abastece de argumentos». Pero nada. Según sus señorías, el derecho de reunión ha de quedar cercenado. Los magistrados de la asociación Jueces para la Democracia denuncian el criterio obsoleto de la JEC, pero la consigna parece ser «jueces, parad la democracia». Ante este atropello, ninguna institución oficial actúa de oficio, pero Izquierda Unida recurre al Alto Tribunal. Tampoco. El Supremo ni siquiera lo admite a trámite. Se intenta con el Constitucional…
Mientras tanto, en las acampadas, las asambleas deciden ignorar este tararesco comportamiento de la Justicia y seguir adelante con la protesta pacífica. El fallo de la JEC sirve de acicate, y la Puerta del Sol registra un nuevo récord de indignados. Una indignación, por cierto, muy bien organizada. Las distintas comisiones se han multiplicado, y nuestros jóvenes están dando todo un ejemplo de hasta dónde puede llegar el genio hispano cuando se lo propone: hay grupos encargados de la comida, de la limpieza, de infraestructuras, de seguridad, de asuntos jurídicos, de relaciones con los medios, de información a los viandantes, de difusión internacional,… Ya disponen incluso de inodoros para los acampados y hasta de placas solares. La megafonía ya está centralizada y mejorada…
El mundo observa asombrado. Maravillado. Hasta con cierta envidia. La mecha ha prendido, y ya hay concentraciones de apoyo en más de una docena de ciudades de todo el planeta. Por vez primera en muchos años –triunfos deportivos aparte–, uno se siente orgulloso, rabiosamente feliz, de ser español. ¿Qué pasará el lunes? Nadie lo sabe, pero algo es seguro: tras el 15M, nada será lo mismo.
Red Kite, mayo 2011.
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