Esta noche comienza la campaña electoral, con lo que el fútbol nos dará un respiro después de tres semanas de clásicos hasta en la sopa. Como espectadores, nos cabe la duda razonable de qué será peor. Aunque se intuye, nos reservamos el pronóstico. Pero antes de sumergirnos en la vorágine política, cerraremos de momento el capítulo futbolero con algunas reflexiones sobre los duelos Barça-Madrid.
Empezaremos por el final: ha ganado el fútbol. La alegría, por supuesto, va por barrios, pero los marcadores han estado bastante equilibrados (4-3 para el Barça como resultado global) y, en conjunto, puede decirse que se ha hecho justicia a los méritos de cada cual.
De las tres competiciones en liza, la primera (la Liga) ya estaba decidida antes de empezar. Su desventaja era grande, y el RM estuvo lejos de creer en sus posibilidades. El BCN, por su parte, tampoco quiso emplearse a fondo ante un rival siempre complicado y contra el que aún le quedaban otros tres enfrentamientos. El resultado fue un partido de tanteo cuyo empate final dejó contentos a ambos y bastante menos al aficionado. Lo justo hubiera sido no repartir ningún punto a los contendientes y devolver el dinero al público asistente. Soporífero.
El capitán madridista levanta la copa de campeones. Para el Madrid, es el primer título tras tres años de sequía. |
En el segundo duelo, el de Copa, el espectáculo fue muy otro. Un partido vibrante, con un BCN dominador, fiel a su estilo, y un RM con muchos menos toques pero ambicioso, muy luchador y tremenda-mente agresivo en el sentido más benévolo del término. Una gozada para ambas hinchadas y para cualquier aficionado. Al final, los de Pep no consiguieron –porque el rival no se lo permitió– rentabilizar su mayor posesión (69%-31%), y los blancos se llevaron el gato al agua con un gran gol ya en la prórroga. La velocidad, la garra y la efectividad se impusieron al tiralíneas preciosista. El RM levantó su primer título en tres años, y el BCN reconoció la derrota con deportividad.
En la ida de la eliminatoria europea saltaron las chispas. Chispas que provocaron un incendio del que aún no se conocen todas las consecuencias. Como ya dijimos en este mismo blog [perdón por citarnos], el planteamiento táctico del entrenador madridista fue, siendo generosos, excesivamente calculador. Otros prefieren llamarlo cobarde sin paliativos. Despreciando una leyenda construida durante décadas que ha hecho de la visita al Bernabéu una pesadilla para cualquier equipo europeo (el famoso miedo escénico, expresión que popularizó el poeta Valdano hace ya más de un cuarto de siglo), el portugués impuso su ley. El miedo había cambiado de banquillo. Ordenó a los suyos que no salieran de su campo si no era para aprovechar a la carrera un despiste del rival. Con el campo de juego drásticamente reducido, la convivencia se hizo muy difícil. Dos decenas de jugadores en poco más de 50 metros multiplicaban las posibilidades de contacto entre ellos, para desesperación del árbitro, que se vio desbordado. De nada sirvieron los aspavientos de Cristiano Ronaldo, desesperado y solo en la presión, ni los gritos de San Casillas, harto de ver a tanta gente a tan pocos metros de su marco. Nadie osaba desobedecer las consignas de El especial. Mientras, el BCN tocaba y tocaba, pero los huecos eran muy escasos y las interrupciones constantes.
Hasta que llegó la jugada de la discordia: entrada salvaje de Pepe sobre Alves que el brasileño exageró enormemente con su habitual talento para el drama. Cabe añadir en descargo del lateral barcelonista que, si la patada le hubiera alcanzado con la pierna en el suelo, le habría hecho muchísimo daño. La acción, en salto y con los tacos por delante, fue muy, muy fea. El árbitro no la vio, pero tras consultar con su asistente, lo tuvo claro y mandó al madridista al vestuario.
La jugada que sembró la discordia. ¿Tarjeta roja o amarilla? |
Conviene recordar que no es la primera vez, ni será seguramente la última, que Pepe no termina un partido. Al portugués le cabe el dudoso honor de haber recibido la sanción más dura que se le haya impuesto nunca a un jugador del RM. En la memoria de los aficio-nados está todavía la escalofriante imagen de la agresión que motivó tal decisión hace dos años. Una patada terrorífica a un rival que convirtió el resumen de aquel choque en una cinta no apta para niños (los mayores pueden verlo todavía en youtube). El central madridista reconoció más tarde ante las cámaras su tremendo error, en un gesto que le honra pero no le exculpa. Le cayeron 10 partidos.
Volviendo a la eliminatoria de Champions en el Bernabéu, la roja a Pepe cambió el signo del partido, provocó también la expulsión de The Special One y generó una monumental polémica. Con un hombre menos, que además estaba siendo clave para la contención del ataque culé, el RM hizo aguas y renunció definitivamente al juego. El BCN encontró los huecos y prácticamente sentenció la eliminatoria con dos goles de Messi. El segundo, una obra de arte. Un gol fabuloso, de videojuego, que volvió a confirmar –aunque no era necesario– que el argentino es sin duda el rey del mambo futbolero.
Tras el partido, sapos y culebras. El entrenador blanco se explayó a gusto en la rueda de prensa. Cargó contra todo y contra todos, excepción hecha de sí mismo y de su equipo. Con su ya clásica habilidad para desviar la atención, se deshizo en una serie interminable de lamentos que le hacen merecedor de su nuevo apodo: Llourinho. Su plan, explicó, era defender el 0-0 para afrontar con opciones el partido de vuelta. Parece ser que tenía pensados unos cambios ofensivos para la segunda parte. Cambios que, según él, ya no fueron posibles (?!) tras la expulsión del central portugués.
La discusión sobre si roja o no roja saturó las tertulias. Algún programa televisivo llegó incluso a aportar un vídeo que para algunos plantea serias dudas sobre su posible manipulación. Sin ánimo de ahondar en polémicas estériles, queremos rescatar aquí un dato que puede ser significativo. Según una encuesta de marca.com, que acumula hasta ahora más de 167.000 opiniones, el 66,8% de los internautas considera que la entrada sí fue merecedora de tarjeta roja. Con su sesgo habitual, Marca prefirió no trasladar estos resultados a su edición impresa. En su lugar, y con gran alarde tipográfico, publicó el veredicto de su senado particular, que se decantó por la amarilla. En la misma página, al final y con un tamaño sensiblemente menos generoso, recogió también la sentencia del colectivo arbitral español: expulsión.
La pobre imagen ofrecida levantó ampollas en el vestuario merengue. El propio Ronaldo osó manifestar públicamente su disconformidad, lo que le valió salir de la convocatoria para el siguiente partido de Liga. Benzema se negó a secundar la postura oficial acerca de la persecución arbitral y tambien fue excluido de la alineación. No pocas plumas de la órbita madridista, así como una parte cada vez mayor de la afición, comenzaron a desmarcarse de los planteamientos del hasta ese momento intocable Llourinho. La UEFA, por su parte, decidió expedientarlo por sus declaraciones, tan desproporcionadas como improcedentes.
El nuevo estadio de Wembley espera a los finalistas. En el viejo consiguió el Barcelona su primera Copa de Europa. |
Con el ambiente así de caldeado se llegó al último y definitivo cruce de vuelta en el Camp Nou. Arropado por su afición, el BCN demostró por qué ha ganado ocho títulos en los últimos dos años. El RM, tras un arranque meritorio que no duró mucho, comenzó a verse abrumado por la superioridad blaugrana y acabó suspirando por que llegara el descanso. Sólo los extraordinarios reflejos del genio de Móstoles evitaron una nueva debacle blanca tras los primeros 45 minutos, en los que el estadio disfrutó probablemente de los mejores minutos de su equipo en toda la serie. En la segunda mitad, de nuevo la polémica. El árbitro se equivocó al pitar una falta que impidió que el 0-1 de Higuaín subiese al marcador. Por fortuna para la retransmisión, el sancionado técnico portugués no estaba en el banquillo, con lo que los espectadores nos ahorramos su pataleta. El Barça siguió a lo suyo y, en un soberbio uno-dos-tres entre Valdés, Iniesta y Pedro, se adelantó en el marcador. A partir de ahí, los de Pep optaron por dormir el partido, circunstancia que aprovecharon los blancos para colocar el empate, no sin antes dejar una nueva muesca en la madera (empieza a parecer cosa de meigas) del portero culé. Pero era ya tarde para el RM. Necesitaba dos goles más, y eso es algo difícil de conseguir cuando no se tira a puerta: el equipo merengue remató una sola vez entre los tres palos en todo el partido (dos, si contamos el remate invalidado de Higuaín). El BCN siguió ensayando rondos hasta que sonó el pitido final, al que los blancos lograron llegar en esta ocasión con sus once jugadores. La clemencia arbitral –o tal vez la venganza, para privar al luso de nuevas excusas– así lo quiso, a pesar de que Carvalho y Lass fueron firmes candidatos a una segunda amonestación. Acabó la eliminatoria y la serie con la victoria del fútbol. Ganó el Barça.
En el pospartido, volvió el entrenador portugués a sus lloros y sus teorías conspiratorias. Teorías que de nuevo desmiente una encuesta de marca.com (obviada también en la edición en papel): el 71,3% de los más de 85.000 participantes opina que El Especial no tiene razón en sus conspiranoias. Pero él sigue con su cansina estrategia, que le sirve para crear secta y distraer al madridismo de las verdaderas carencias de su equipo. Sorprende comprobar cómo una parte importante de los aficionados merengues sigue fiel a Mou y a sus rácanos planteamientos, convencidos de que el RM no tiene más arma que esa para enfrentarse al eterno rival. A los demás, sin embargo, esas llantinas nos parecen excusas de mal perdedor. La formidable cantidad de millones que el club lleva invertida en fichajes invita a pensar que esa plantilla tiene mucho más fútbol del que su entrenador quiere o sabe sacarle. Por suerte, esta vez el deporte ha puesto a cada uno en su sito. A Llourinho y sus tretas, en la picota. Al Barça, en el paraíso de la final de Wembley.
Red Kite, mayo 2011.
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