martes, 3 de mayo de 2011

Leche limpiadora (crónica antiterrorista)

Los medios justifican el fin. No se trata de ningún axioma; es la crónica de una inmoralidad. Nos explicamos: los mass media, casi al unísono, justifican el fin de los días de Bin Laden. Sin juicio. Sin juez. Sin jurado. Sin fiscal ni abogado defensor. Sin informarle de los cargos contra él ni leerle sus derechos. Sin testigos. Sin pruebas –«ni una sola», según el FBI–. Sin forense independiente que identifique el cadáver y establezca la causa de la muerte. Sin entierro. Sin cementerio. Sin sentencia ni apelación posible. Solo la ejecución, premeditada, nocturna y alevosa. Era lo que había que hacer. Era demasiado peligroso. Era un Lord Sith, y los Jedi de la república federal constitucional norteamericana no han hecho sino defenderse/defen-dernos. Por nuestro bien. Para que reinen la paz y la justicia en el sistema. Loados sean.
Las Torres Gemelas tras el atentado que
se adjudicó a Osama Bin Laden.
No es la primera vez que el terrorismo de Estado se esgrime como si fuera un derecho fundamental. Estamos ya acostumbrados a que estos guardianes de la paz planetaria utilicen donde quieran y contra quien quieran las armas que su Carta de Derechos les autoriza a portar. La Segunda Enmienda está por encima de la Convención de Ginebra o de la Declaración Universal de Derechos Humanos y extiende su jurisdicción a cualquier continente u océano. Cuando un país acumula el poder político, económico y militar que ellos tienen, se comporta como un gorila de 500 kilos: hace lo que le viene en gana.
Lo novedoso en este caso es que ese terrorismo de Estado ha quedado bendecido y consagrado. Ni una declaración de condena o repulsa. Los gobiernos callan. Las democracias callan. Las iglesias callan. Los Estados Juntitos y sus aliados occidentales están legitimados, en su condición de exportadores de democracia –la suya, claro–, para decidir qué violencia hay que condenar y cuál no. Pero, aunque eso ya sería otorgar, no solo callan; se congratulan. Todas las declaraciones oficiales hasta ahora, y no son pocas, celebran y aplauden el asesinato. La propia ONU, que auspició la Carta de Derechos Humanos, «recibe con satisfacción la noticia». Su Consejo de Seguridad ha declarado por unanimidad que se trata de un «avance crucial» en la lucha contra el terrorismo. Contra el terrorismo de los malos, por supuesto. Noam Chomsky apuntó hace ya años con su perspicacia habitual que la definición de terrorismo debería revisarse para aclarar que la «violencia premeditada y con motivos políticos» no debe ser considerada terrorismo cuando la ejercen los Estados Juntitos o sus aliados. Esta matización tan lógica y necesaria sigue pendiente.
No puede olvidarse tampoco la flagrante hipocresía que supone el hecho de que Bin Laden, cuya familia ha mantenido oscuras relaciones financieras con los Bush, fuera en otro tiempo un mercenario a sueldo de EE UU. Fue la CIA la que entrenó, armó y financió a sus muyahidin para hostigar a los rusos en Afganistán, antes de la caída del muro. Lo que Bin Laden sabía sobre armas y técnicas de combate, lo aprendió de los norteamericanos. Esta parte de su biografía, sin embargo, es obviada sistemáticamente por la mayor parte de los medios de comunicación.
Barak Obama girándose a la derecha.
Pero hay algo aún más escandaloso. Algo no solo inmoral, sino antiético y anticristiano. Y ese algo es la reacción del presidente Obama. El primer político de raza negra en ocupar la Casa Blanca, el mismo que ha sido incapaz hasta ahora de instaurar la democracia y el Estado de Derecho en sus propias colonias –léase Guantánamo–, reconoce sin rubor que no puede «estar más orgulloso». Sin ocultar su regocijo, ha afirmado que ahora «el mundo es un sitio mejor». Agobiado por la crisis, las presiones de la oligarquía financiera norteamericana y las protestas de sus votantes insatisfechos, este presunto demócrata utiliza la muerte de Bin Laden como maquillaje electoral para lavar su deteriorada imagen pública. Que el hombre en quien depositaron sus esperanzas, con mayor o menor ingenuidad, los oprimidos de su país y de medio mundo hable y actúe de ese modo es una afrenta inaceptable. Que todo un nobel de la Paz organice, financie y ordene el asesinato de un pretendido culpable contra el que no existen pruebas y se felicite por ello es un ultraje a la democracia y a la propia Constitución norteamericana.
Bin Laden ha sido siempre muy útil a los Estados Juntitos. Primero como guerrillero para combatir a los rusos. Luego como chivo expiatorio de unos crímenes que no supieron o no quisieron investigar. Y ahora, con su muerte –la segunda–, como leche limpiadora contra la pérdida de popularidad de su presidente.

Red Kite, mayo 2011.
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2 comentarios:

  1. Comparto totalmente tu opinión, amigo.

    Los EEUU son los de siempre. Yo fui de las que pensé que con Obama las cosas habían cambiado. Pero este asesinato de Ben Laden, para que no pudiera "cantar" lo mucho que sabía de pactos con los poderes capitalistas mundiales, ha vuelto a poner a cada cual en su sitio.

    Un abrazo.

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  2. Tú y muchos más caímos hechizados por este encantador de serpientes. Pensábamos que su pasado africano y la ancestral historia racial que comparte con los oprimidos marcarían el principio de una nueva era. Pero no. Por desgracia, en medio de esta vorágine neocapitalista, todos parecen tener un precio. Y no siento ninguna curiosidad por saber cuál ha sido el suyo.

    Esperemos que, al menos, el desplante de Obama sirva para escarmentar a la Izquierda española, que también sufre su propia traición.

    Un abrazo, querida amiga.

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