La asistente personal de su Graciosa Majestad sube las escaleras con eficiente presteza, como deslizándose en silencio gracias a algún resorte mecánico invisible. Nada en su rostro deja traslucir su nerviosismo ni lo embarazoso del encargo que porta. Llama a la puerta con discreción y energía. Pocas personas tienen el privilegio de poder turbar con sus nudillos la paz de ese santuario. Ella es la única sin título nobiliario que puede hacerlo, circunstancia que la llena de orgullo. En esta ocasión, sin embargo, habría preferido no gozar de esa distinción. Desconoce el contenido del sobre que va a entregar, pero el simple hecho de que la envíen a ella significa que no se trata de un asunto agradable.
No tiene que esperar mucho. Siguiendo su costumbre, la reina se ha despertado temprano.
–Come in.
–Buenos días, Majestad.
Cierra la puerta tras ella con un movimiento ágil pero cauteloso, antes de atravesar el enorme aposento. La anciana está incorporada sobre el respaldo del lecho con un rictus de impaciencia en sus labios. No se molesta en contestar al saludo. No está de humor. Rara vez está de humor por las mañanas.
–¿Qué haces aquí a estas horas? Espero que se trate de algo importante.
–Os pido disculpas, Majestad, pero lord Gasmow ha insistido en que os entregara esto personalmente y de inmediato.
La reina la taladra con una mirada gélida mientras extiende su octogenaria mano para recoger el sobre. El sello de lord Gasmow, chambelán de palacio, se distingue claramente sobre el lacre carmesí. Lo rasga con parsimonia y extrae lo que parece una foto.
–¡Por San Jorge!
[En realidad, el exabrupto es bastante más soez, pero sacrificaremos la literalidad en atención a la sensibilidad del lector.] La asistente comprende por el rostro de horror de la soberana y por la retahíla de sapos y culebras que acaban de salir de sus arrugados labios que el asunto es, efectivamente, muy grave. Permanece callada esperando instrucciones, consciente de que el más leve e inocente comentario puede poner fin a su carrera. Finalmente, la áspera voz rompe el incómodo silencio:
–¿A qué estás esperando? Retírate. Y di a lord Gasmow que queremos verle inmediatamente.
–Como ordenéis, mi señora. ¿Queréis que os haga servir el té?
–Déjate de tés y prepáranos un G and T.
–Sí, Majestad –los ingredientes están prontos y en su sitio. La bebida está lista en menos de un minuto. Sin hielo ni limón, para no dar pistas. La asistente se permite una licencia cómplice, en un intento de suavizar la tensión del momento–. ¿Queréis que os deje la botella…? As usual: cerca, pero no a la vista…
El esbozo de sonrisa de la anciana mientras asiente muestra que la treta ha surtido efecto. La atmósfera se relaja.
–¿Ordenáis algo más, Majestad?
–Nada, salvo que no nos molesten. Si alguien distinto de lord Gasmow se atreve a cruzar esa puerta, lo enviaremos a las colonias.
–Pero, mi señora: si ya no hay colonias…
–¡Calla, insolente! –la frase es tajante, pero el tono dista de ser severo. El primer trago empieza a cumplir su función vasodilatadora– ¿Cómo te atreves? ¿Qué sabras tú de esas cosas? Ahora, retírate.
–Sí, Majestad.
Cuando llega lord Gasmow, el vaso está vacío, y la botella de Tanqueray convenientemente a salvo de otros ojos que no sean los regios. La reina va directa al grano:
–¿Qué significa esto, lord Gasmow? ¿Desde cuándo nos enviáis al servicio para un asunto como este?
Como corresponde a su cargo, el chambelán es un zorro viejo y astuto. Se fija en el brillo de los ojos de la anciana y en el vaso vacío. Sabe en seguida que la botella de agua no está puesta allí para engañarle, sino para guardar las apariencias. Y las apariencias son precisamente su especialidad. Se toma un par de segundos antes de responder.
–Es precisamente lo delicado del asunto, Majestad, lo que me invitó a pensar que tal vez preferiríais que fuera una mujer la que os informara. Disculpad, si me he excedido.
–No tiene importancia. Tal vez estéis en lo cierto –admite la soberana, relajando su tono. Ella también es vieja y sabe que él sabe–. Ahora decidnos: ¿quién hizo esa fotografía? ¿Y quién más la ha visto?
–A decir verdad, aún no está claro, Majestad, pero no podemos descartar que la imagen sea de la propia Bibisí. En cuanto al alcance de su distribución, me temo que ya esté en Internet.
–¡Cielo santo! ¿Cómo es posible?
–Majestad, la boda se retransmitió en directo a todo el mundo… Es imposible controlar todos los contenidos de la Red.
–Queremos a los responsables. Sus cabezas. Todo esto es de muy mal gusto, y estamos tremendamente disgustados. Y esa criaturita de por medio… ¡por Dios! ¿No se podría, al menos, quitar a la niña?
–Lo comprendo, señora. Os daremos nombres. En cuanto a la menor, tal vez podríamos necesitar que siga apareciendo en la foto…
–Pero, ¿qué estáis diciendo? ¿¡Utilizarla!? Explicaos, lord Gasmow. Esa niña es…
–Lo sé, Majestad. Es muy doloroso, pero puede ser la mejor opción. Si se llegara a un contencioso legal fuera de nuestra jurisdicción, la niña sería nuestra única baza para convencer a un juez de la necesidad de secuestrar la imagen para proteger a la menor. Sobre todo en el Continente, donde, como sabéis, la Justicia no suele aceptar interferencias.
–Nos sigue pareciendo escandaloso. Pero si es el único modo…
–Os aseguro, Majestad, que en el gabinete de crisis se ha discutido a fondo la cuestión, y la conclusión es unánime.
–Bien. ¿Qué más? ¿Qué otras medidas se han tomado?
–Hemos puesto a un ejército de informáticos a rastrear la red en busca de copias. Aún no tenemos cifras de resultados. Ya hemos hablado con Youtube y otros agregadores de audiovisuales para que extremen los controles. Con las redes sociales, la cosa es más compleja, al tratarse de servidores privados. Sir O’Nauser [el ministro de Exteriores] viaja en estos momentos hacia Washington para ver lo que se puede hacer. En cuanto a Europa y el resto de aliados, todas las oficinas están ya haciendo gestiones.
–Perfecto. Aun así, queremos hablar personalmente con todas las casas reales que asistieron a la boda.
–¿Con todas, Majestad?
–Eso hemos dicho, lord Gasmow. Queremos transmitirles en persona nuestra profunda preocupación. Uno a uno. El buen nombre de esta familia ya ha tenido que sufrir demasiados escándalos en el pasado, ¿no os parece?
–Desde luego, Majestad. En ese caso, me pondré a ello de inmediato. Concededme un par de horas y os tendré lista una agenda. Ahora, si me lo permitís, os dejaré descansar. Todo este incidente debe de haberos fatigado.
–Sois muy atento, chambelán, y estamos muy complacidos de contar en momentos como estos con alguien como vos. Ahora, retiraos y volved antes del almuerzo con más información.
–Y vos sois muy amable, Majestad. Así lo haré. Que descanséis.
El eficiente Lord Gasmow se retira, y la anciana reina se sirve una generosa ración de Tanqueray. Una vez más, mira consternada la foto responsable de tanto alboroto, antes de romperla cuidadosamente en pedacitos.
[Por fortuna, no todas las copias han sido interceptadas. Hemos rescatado una, para que juzgue el lector, protegiendo, eso sí, la identidad de la menor.]
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